Para algunas personas, tener la posibilidad de desempeñar su trabajo día tras día supone un chute de alegría y satisfacción personal. Otras, sin embargo, aunque agradecen formar parte de algo, no comparten el mismo entusiasmo. Lo que es incuestionable es que, en definitiva, todos trabajamos con el mismo fin: poder vivir cómodamente. No obstante, la tarea de vivir no consiste únicamente en trabajar para llevar el sustento a casa, sino que para poder sentirnos plenos necesitamos algo más, un eje distinto sobre el que girar. Para algunos, esta fuente de motivación se encuentra en el amor, en el calor que arroja una familia. Otros se refugian en el deporte o en crear arte. Por su parte, para nuestra compañera Paulina, el interruptor que siempre se ha encargado de activar la luz en su vida ha sido el baile.
Ya sea como Paulina, Annie o Paulina Santos (el que es reconocido como su nombre artístico), todos conocemos a nuestra compañera por ese desparpajo y esa personalidad arrebatadora y divertida que tanto la caracteriza. Sin embargo, la protagonista de esta historia admite que no siempre ha sido así, sino que ha tenido que sortear diversos obstáculos en su vida para poder llegar a ser la persona que conocemos ahora.
En primer lugar, nuestra compañera Paulina no nació en España, sino en Ecuador, en una ciudad portuaria conocida como Guayaquil. Fue allí, en su ciudad natal, donde Paulina recuerda haber disfrutado de sus primeros cortejos con el baile. En este sentido, nuestra compañera nos cuenta animada que, durante las principales festividades de esta ciudad, es muy común que las niñas se vistan con los trajes tradicionales de Guayaquil (un largo vestido de volantes de color blanco y azul celeste, colores de la bandera de la región) y salgan a la calle a bailar la danza típica de esta localidad. A pesar de que no recuerda exactamente en qué consistía esta danza, Paulina sí que recuerda haberla bailado en repetidas ocasiones durante su infancia, así como bailar otras danzas folclóricas características de Ecuador.

Paulina disfrazada de india para una función escolar en su ciudad natal
Cuando Paulina cumplió 6 años, su familia tomó la compleja decisión de mudarse a España. A partir de este momento, nuestra compañera se vio inmersa en un bucle continuo de mudanzas y entornos nuevos a los que debía adaptarse hasta que, finalmente, su familia y ella se asentaron definitivamente en Fuenlabrada. Por aquel entonces, Paulina tenía diez años y sus padres tenían algunas dificultades para conciliar su crianza con el trabajo. Fue precisamente esta dificultad la que motivó a la madre de Paulina a apuntarla a clases extraescolares de flamenco y ballet.
Paulina admite que, al principio, odiaba bailar. Era nueva, le costaba integrarse con el resto de sus compañeras y tenía un profundo complejo con su aspecto físico. Y, para colmo, la profesora de su escuela le resultaba muy estricta y disciplinada. Aunque, echando la vista atrás, nuestra compañera reconoce que, en realidad, se trataba de una buena profesora; para una niña de diez años aquello suponía demasiada presión y, finalmente, terminó retirándose del baile.

Ocho años después, cuando nuestra compañera ya se encontraba más desenvuelta y acomodada a su nueva vida, decidió retomar la danza junto a su grupo de amigas a través de una asociación de baile. Fue aquí donde realmente comenzó a disfrutar del gran abanico de experiencias y emociones que le ofrecía esta disciplina ya que, al bailar junto a sus amigas, no sentía esa presión ante la posibilidad de equivocarse y hacer el ridículo. No obstante, y a pesar de ello, Paulina también optó por abandonar la asociación un par de años después.
Pese a todo su historial, la protagonista de esta historia reconoce que comenzó a desarrollar su actual pasión por bailar con 24 años, mientras se encontraba realizando su formación profesional y se topó con su querida escuela de danza. En esta escuela, sus compañeros la hicieron sentir integrada desde el primer minuto, perfeccionó sus aptitudes en flamenco y ballet, e incluso entró en contacto con una nueva disciplina: la flamencoterapia. La flamencoterapia es una actividad que reúne diferentes técnicas de relajación a través del baile. Nuestra compañera nos comenta de manera anecdótica como, en una ocasión, mientras practicaba flamencoterapia, llegó a alcanzar tal estado de paz mental que rompió a llorar. En aquel momento, Paulina tan solo era capaz de pensar en lo mucho que significaba para ella el baile, lo mucho que le había ayudado el flamenco a integrarse y adaptarse a nuevos entornos y, lo más importante, cómo el baile le había enseñado a recibir a nuevas personas en su vida con los brazos abiertos.

Además, durante aquel periodo, nuestra compañera también comenzó a cogerle el gusto a deslumbrar sobre un escenario. Para ella, el hecho de encontrarse tan expuesta no es un motivo por el que mostrarse nerviosa o bloqueada, sino todo lo contrario. El escenario es el terreno de actuación, de demostrar todo lo que hemos aprendido sin pensar en si lo estamos haciendo bien o no. Es su momento más ansiado. Por otro lado, Paulina reconoce que lo que peor lleva son los ensayos, ya que le resulta extremadamente desquiciante practicar una coreografía y que no le salgan los pasos antes de una actuación importante.

Asimismo, a lo largo de su extensa trayectoria en el mundo de la danza, nuestra compañera no solo se ha limitado a bailar flamenco y ballet, sino que los años también le han ofrecido la oportunidad de probar diferentes bailes latinos (bachata, salsa, etc.), danza del vientre e, incluso, marcarse unas muñeiras. Paulina admite, sin embargo, que existen otro tipo de danzas y disciplinas que le resultan muy apetecibles, pero que no ha tenido la ocasión de practicar, como el break dance, los bailes de salón, el patinaje artístico y la natación sincronizada. Además, nos comenta entre risas, también le gustaría aprender a hacer twerking, y se visualiza a sí misma bailando un bolero el día de su boda.

Paulina bailando danza del vientre fusión flamenco
Sin embargo, a pesar de la gran pasión que todavía alberga hacia el flamenco y de lo mucho que esta disciplina le ha ayudado a alcanzar su actual nivel de estabilidad emocional, Paulina no acude a clases de baile desde que inició la pandemia. Y es que, una vez retornaron las actividades deportivas y ociosas tras el confinamiento, nuestra compañera no se sentía lo suficientemente preparada para entrar de nuevo a una clase de baile con la obligación de llevar la mascarilla. Además, en la actualidad y, tras el nacimiento de su pequeña Nerea, Paulina siente que todavía no es su momento indicado para volver a bailar.
A lo largo su vida, Paulina ha desempeñado otras actividades bastante distantes del baile: estuvo federada en el equipo de voleibol de su instituto, ha desarrollado y perfeccionado sus habilidades en repostería e, incluso, se replanteó hacerse culturista en una ocasión. Sin embargo, ninguna de estas actividades ha conseguido hacerla sentir tan libre e invencible como calzarse con sus tacones de flamenco. Tacones que, por cierto, todavía conserva para el día en el que vuelva a retirarse el telón, se enciendan los focos, y ella pueda irradiar su luz bailando sobre un escenario.

Paulina junto a su equipo federado de voleibol